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los misterios de hemingway

a 50 años de la muerte del escritor siguen en pie los misterios de sus relaciones con el FBI
y de las posibles conexiones de la agencia federal con su suicidio
 
 
  padura
   
Los que han tenido en sus manos el famoso file del FBI dedicado a Ernest Hemingway afirman que está integrado por 124 páginas, de las cuales, todavía hoy, 15 permanecen reservadas «in the interest of the national defense». De las restantes hay 40 manchadas con tinta negra, excepto los saludos y firmas, y varias más prácticamente ilegibles. Entre lo legible y lo manchado se puede establecer que el file recoge información sobre Hemingway reunida entre 1942, en plena Guerra Mundial, y 1974, casi 15 años después de su muerte.

La existencia de 15 páginas censuradas y de 40 manchadas con esmero, la permanencia de otras en las que apenas se repite información insulsa sobre los días en que Hemingway persiguió submarinos alemanes por las costas de Cuba y, finalmente, el hecho de que el escritor haya sido objeto de interés investigativo por el FBI incluso después de su muerte, cuando menos advierten de lo problemática de esa relación.

Los documentos legibles advierten que Hemingway, quien en los años de la Guerra Civil Española había criticado duramente a la agencia federal, decidió colaborar con la que él mismo llamaría «La Gestapo Americana» a partir de septiembre de 1942 [ya radicado en Cuba], con dos objetivos fundamentales: informar sobre las actividades de los miembros de la Falange Española y simpatizantes nazis radicados en la Isla y montar una operación de búsqueda de los submarinos alemanes con el propósito de descubrir dónde y, sobre todo, quién le suministraba el necesario combustible para que siguieran surcando las aguas del Caribe.

La conexión se establece a través de la Embajada norteamericana en La Habana y el encargado de recibir la información era el «agregado legal» R.G. Leddy, un hombre del FBI con muy pocas simpatías por Hemingway, como lo advierten comentarios que dejó caer en sus informes, como en los que recuerda que el escritor «estuvo vinculado activamente con la República durante la Guerra Civil en España», o el otro en que anota el hecho de que en 1940 se había unido a «una campaña general de desprestigio del FBI después del arresto de ciertos individuos en Detroit por su presunta infracción de las Leyes de Neutralidad debido a sus actividades en la Guerra Civil Española», e incluso afirma que «se le ha acusado de tener simpatías comunistas».

Bajo el amparo del FBI, Hemingway, con su manía de protagonismo, montó y dirigió una red de informantes «aficionados», pero aquella colaboración solo duró siete meses, cuando el 1ro de abril de 1943 el embajador la canceló, alegando que la información entregada por el escritor resultó «en casi todos los casos, carente de todo valor». En realidad la razón de la cesantía de Hemingway como espía debe haber sido que sus actividades habían tomando un cariz peligroso, pues incluían el espionaje del general Manuel Benítez, jefe de la Policía Nacional cubana y hombre de absoluta confianza del entonces presidente constitucional Fulgencio Batista, «el hombre fuerte de Cuba».

Hemingway había cruzado la línea y el propio Hoover, director de la Agencia, trató de poner las cosas en su sitio y escribió en 1942: «Cualquier información que usted tenga con relación a la falta de confianza como informante de Ernest Hemingway debe ser expuesta con discreción al embajador. A este respecto debe recordarse que recientemente Hemingway proveyó información concerniente al reabastecimiento de combustible por parte de submarinos en aguas del Caribe que resultó ser no confiable». Hoover, además, deslizó entre sus comentarios juicios políticos sobre el escritor, y también de carácter personal referidos a su afición al alcohol, en una típica operación de minado de la credibilidad.

Una hipótesis que explicaría estas reacciones del FBI podría ser que la operación de caza de submarinos alemanes hubiera colocado a Hemingway en el camino de una peligrosa revelación. Aunque aún no existen documentos capaces de probarlo, la sospecha de que el general Manuel Benítez, desde su puesto como jefe de la policía, fuese el encargado de poner en práctica la venta de combustible a los alemanes, es muy plausible. Porque si hay un hecho indiscutible es que los nazis reabastecían sus submarinos en varios puertos cubanos y que una operación de este tipo no podía hacerse de espaldas al ejército [Batista] y a la policía [Benítez]...

  hemingway
   
El 30 de mayo de 1960, Hemingway ingresa en la Clínica de los Hermanos Mayo por recomendación de un psiquiatra neoyorquino. Hemingway había sido compulsado por sus amigos a ver al psiquiatra, principalmente porque se había quejado de que los «feds» estaban siguiéndolo. Al parecer, la «manía persecutoria» alcanzó los más altos niveles durante su visita a España en 1959, pero luego, cuando llega a Nueva York, vuelve a sentir tras sí la mirada de los federales, aunque su esposa Mary Welsh y algunos amigos consideraron que tal sentimiento solo era una manifestación paranoica del escritor.

En la famosa clínica el tratamiento indicado fue someterlo a una serie de entre 15 y 25 electroshocks que destruyeron su capacidad para escribir. Este procedimiento, conocido como electro-convulso-terapia, es reservado para los pacientes sin esperanzas de curación. Pocos días después de ser dado de alta, Hemingway, en un profundo estado depresivo, se suicidó, el 2 de julio de 1961, en su cabaña de Idaho. Tenía 62 años pero estaba tan devastado que parecía un anciano... Cuando menos resulta inquietante el hecho de que su viuda, la única persona que estaba con él en la casa de Idaho en el momento de su muerte, haya negado por años que su marido se hubiese suicidado.

Documentos abiertos en 1984, develaron que, realmente, el escritor estaba siendo seguido y vigilado por agentes que actuaban por órdenes de Hoover, quien unos años antes llegó a considerar a Hemingway como «Public Enemy #1». ¿A qué se debió esa preeminencia que le diera el FBI al escritor?

En los años 1950 el FBI supo que Hemingway planeaba escribir un libro sobre la agencia. Documentos del Buró revelan el temor, particularmente por parte de Hoover, de que el libro pudiera dañar la imagen de su agencia y, sobre todo, expresar juicios sobre él mismo. La ya existente animosidad hacia Hemingway se incrementa entonces y el director del FBI hace propagar la imagen de un Hemingway borracho y patético, proclive a las ideas comunistas.

Quizá nunca sabremos si Hemingway comenzó aquel libro. Lo que se puede asegurar es que por haber hecho de Finca Vigía su residencia durante 20 años, en la casa existía una enorme papelería del escritor. Unos meses después del suicidio su viuda viajó a La Habana y cargó con las pinturas más valiosas y la documentación que consideró importante, mientras entregaba a una hoguera una notable cantidad de papeles. ¿Qué incineró Mary Welsh? Solo ella lo supo. Quizá algunas de las claves de la persistente vigilancia que el FBI dedicó a Hemingway pudieron convertirse en humo entre los árboles de Finca Vigía.


[leonardo padura fuentes, juventud rebelde, La Habana, julio 30 del 2011]
 
 
 
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leonardo padura : entrevista sobre su último libro, el hombre que amaba a los perros

"En Cuba se libra una lucha contra el tiempo y cada vez hay menos"
 
 
  padura
   
La entrevista se celebra en su casa habanera del barrio de Mantilla, donde Leonardo Padura, de 54 años, ha escrito las nueve novelas que ha publicado. La última, El hombre que amaba a los perros, recién salida en España, revive el crimen de Ramón Mercader, el asesino de Trotski, y es una reflexión sobre la perversión del socialismo como gran utopía de la humanidad en el siglo XX.


Pregunta. ¿Qué tiene de actualidad esta historia?

Respuesta. Mercader es un hombre que estuvo alrededor de uno de los acontecimientos históricos más dramáticos y reveladores del siglo XX. Su historia es permanente: un hombre que renuncia a todo por una fe; es un símbolo de cómo el fanatismo es capaz de pervertir a las personas.

P. ¿Qué cosas descubrió durante la investigación que no sabía?

R. Durante cinco años consulté las fuentes más diversas. Me impresionó descubrir lo poco que sabíamos los cubanos de lo que había sido la verdadera historia soviética y comprender por qué ese país y esa sociedad debían desaparecer: eran criaturas falsas y enfermas desde hacía muchísimo tiempo, que incluso practicaron el crimen de Estado.

P. El protagonista casi perdona a Mercader ¿Y usted?

R. Yo he tratado de entenderlo, de buscar sus razones. Pero no lo perdono. Siempre queda, incluso en el totalitarismo más férreo, un resquicio ético que el individuo puede manejar desde sus propias convicciones y que le permite decir que no ante lo inadmisible.

P. ¿Cuál fue la principal estafa del socialismo?

R. El estalinismo, sin duda. Las proporciones de la perversión política, económica, filosófica, ética y hasta estética que implicó la apropiación por parte de Stalin de una idea que pretendía crear una sociedad de iguales, fue la mayor traición. El estalinismo se exportó y se convirtió en legado y, con otros métodos y rostros, frustró la realización de un gran sueño.

P. ¿Qué ha dejado en Cuba la copia del modelo socialista soviético?

R. Creo que Cuba desde el inicio trató de crear su propio modelo. Y en buena medida lo logró: sólo así se entiende que haya desaparecido el socialismo soviético y que Cuba, sola y con el embargo norteamericano, haya mantenido su estructura política y social... Pero quedaron cosas importantes, como la economía centralizada, la mayoritaria propiedad estatal de los medios de producción y otras que hoy se discuten. En Cuba, sólo con transformaciones esenciales del viejo modelo, puede empezar a pensarse en un socialismo posible, en una sociedad más equitativa y viable.

P. Muchos de sus personajes son gente decepcionada y arrepentida...

R. Existe una literatura del desencanto que no es sólo un reflejo de la crisis que vive el país, sino, y sobre todo, del cansancio de los individuos. El exilio al que se han ido tantos es una de las manifestaciones de ese desencanto. Pero también es una opción la crítica y el debate por el que hemos optado muchos de los que nos hemos quedado en la isla.

P. Al llegar al poder Raúl muchos esperaban un cambio. Han pasado casi tres años...

R. En Cuba se libra una lucha contra el tiempo, y cada vez hay menos tiempo. Hay lastres muy pesados y peligrosos para la estabilidad y el futuro del país: la ineficiencia y la asfixia de una economía que no acaba de encontrar cauces productivos; el crecimiento de la marginalidad y la corrupción; el burocratismo; la acumulación de necesidades muy diversas [vivienda, alimentación, la relación desquiciada entre salario y costo real de la vida, etcétera]. Hace falta ver si hay capacidad para cambiar todo lo que debe ser cambiado, introducir esos cambios estructurales y conceptuales que se mencionan pero no se definen.

P. Todo sigue estando en manos de los históricos...

R. Los cubanos llevamos casi veinte años viviendo en medio de una crisis económica propia... Ya sean los históricos o los emergentes, el deber de los que gobiernan es responder a la necesidad e introducir los cambios que preserven lo aprovechable y procuren soluciones a lo no resuelto.

P. ¿Que le pareció el concierto de Juanes en La Habana?

R. Muy bien. Un concierto sin consignas políticas, en el que el mensaje principal es la paz y la comprensión, eso en Cuba es una cosa extraordinaria y necesaria. El concierto fue un revulsivo de cosas que están anquilosadas... Todo lo que sea apertura, en cualquier sentido, es importante.


[mauricio vicent, el país : La Habana, 24.09./2009]
 
 
 
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juan gelman : cronopio errante

discurso de recibimiento del premio cervantes
 
 
  gelman
   
Majestades, Señor Presidente del Gobierno, Señor Ministro de Cultura, Señor Rector de la Universidad de Alcalá de Henares, autoridades estatales, autonómicas, locales y académicas, amigas, amigos, señoras y señores:

Deseo, ante todo, expresar mi agradecimiento al jurado del Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes, a la alta investidura que lo patrocina y a las instituciones que hacen posible esta honrosísima distinción, la más preciada de la lengua, que hoy se me otorga. Mi gratitud es profunda y desborda lo meramente personal. En el año 2006 se galardonó con este Premio al gran poeta español Antonio Gamoneda y en el 2007 lo recibe también un poeta, esta vez de Iberoamérica. Se premia a la poesía entonces, "que es como una doncella tierna y de poca edad y en todo extremo hermosa" para don Quijote, doncella que, dice Cervantes en "Viaje del Parnaso",

"puede pintar en la mitad del día
la noche, y en la noche más escura
el alba bella que las perlas cría...
Es de ingenio tan vivo y admirable
que a veces toca en puntos que suspenden,
por tener no se qué de inescrutable".


A la poesía hoy se premia, como fuera premiada ayer y aun antes en este histórico Paraninfo donde voces muy altas resuenan todavía. Y es algo verdaderamente admirable en estos "Dürftiger Zeite", estos tiempos mezquinos, estos tiempos de penuria, como los calificaba Hölderin preguntándose "Wozu Dichter", para qué poetas. ¿Qué hubiera dicho hoy, en un mundo en el que cada tres segundos y medio un niño menor de 5 años muere de enfermedades curables, de hambre, de pobreza? Me pregunto cuántos habrán fallecido desde que comencé a decir estas palabras. Pero ahí está la poesía: de pie contra la muerte.

Safo habló del bello huerto en el que "un agua fresca rumorea entre las ramas de los manzanos, todo el lugar sombreado por las rosas y del ramaje tembloroso el sueño descendía", Mallarmé conoció la desnudez de los sueños dispersos, Santa Teresa recogía las imágenes y los fantasmas de los objetos que mueven apetitos, San Juan bebió el vino de amor que sólo una copa sirve, Cavalcanti vio a la mujer que hacía temblar de claridad el aire, Hildegarda de Bingen lloró las suaves lágrimas de la compunción, y tanta belleza cargada de másvida causa el temblor de todo el ser. ¿No será la palabra poética el sueño de otro sueño?

Santa Teresa y San Juan de la Cruz tuvieron para mí un significado muy particular en el exilio al que me condenó la dictadura militar argentina. Su lectura desde otro lugar me reunió con lo que yo mismo sentía, es decir, la presencia ausente de lo amado, Dios para ellos, el país del que fui expulsado para mí. Y cuánta compañía de imposible me brindaron. Ese es un destino "que no es sino morir muchas veces", comprobaba Teresa de Avila. Y yo moría muchas veces y más con cada noticia de un amigo o compañero asesinado o desaparecido que agrandaba la pérdida de lo amado. La dictadura militar argentina desapareció a 30.000 personas y cabe señalar que la palabra "desaparecido" es una sola, pero encierra cuatro conceptos: el secuestro de ciudadanas y ciudadanos inermes, su tortura, su asesinato y la desaparición de sus restos en el fuego, en el mar o en suelo ignoto. El Quijote me abría entonces manantiales de consuelo.

Lo leí por primera vez en mi adolescencia y con placer extremo después de cruzar, no sin esfuerzo, la barrera de las imposiciones escolares. Me acuciaba una pregunta: ¿cómo habrá sido el hombre, don Miguel? Conocía su vida de pobreza y sufrimiento, sus cárceles, su cautiverio en Argel, su Lepanto, los intentos fallidos de mejorar su suerte. Pero él, ¿quién era? Releía el autorretrato que trazó en el prólogo de las Novelas Ejemplares: "Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada", que nada me decía, salvo la mención de sus "alegres ojos". Comprendí entonces que él era en su escritura. Me interno en ella y aún hoy creo a veces escuchar sus carcajadas cuando acostaba al Caballero de la Triste Figura en el papel. Sólo quien, desde el dolor, ha escrito con verdadero goce puede dar a sus lectores un gozo semejante. Cómico es el rostro de la tragedia cuando se mira a sí misma.
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Declaro que, en verdad. quise recorrer ante ustedes, con ustedes, los trabajos de Persiles y Sigismunda, o la locura quebradiza del licenciado Vidriera, o compartir la nueva admiración y la nueva maravilla del coloquio de los perros, o el combate verdaderamente ejemplar entre los poetas malos y los buenos que tiene lugar en "Viaje del Parnaso" y en el que cualquier buen poeta podía caer herido por un pésimo soneto bien arrojado. Pero tal como la lámpara alimentada a querosén que los campesinos de mi país encienden a la noche y alrededor de la cual se sientan a cenar, cuando hay, y luego a leer, cuando hay y cuando hay ganas, y a la que mosquitos y otros seres alados acuden ciegos de luz y la calor los mata, así yo, encandilado por don Alonso Quijano, no puedo sustraerme a su fulgor.

Muchas plumas hondas y brillantes han explorado los rincones del gran libro. Por eso, parafraseando al autor, declaro sin ironía alguna que, con seguridad, este discurso carece de invención, es menguado de estilo, pobre de conceptos, falto de toda erudición y doctrina. Sólo hablo como lector devoto de Cervantes, pero quién puede describir los territorios del asombro. Con mucha suerte y perspicacia, es posible apenas sentarse a la sombra de lo que siempre calla.

Cervantes se instala en un supuesto pasado de nobleza e hidalguía para criticar las injusticias de su época, que son las mismas de hoy: la pobreza, la opresión, la corrupción arriba y la impotencia abajo, la imposibilidad de mejorar los tiempos de penuria que Hölderlin nombró. Se burla de ese intento de cambio y se burla de esa burla porque sabe que jamás será posible terminar con la utopía, recortar la capacidad de sueño y de deseo de los seres humanos. Cervantes inventó la primera novela moderna, que contiene y es madre de todas las novedades posteriores, de Kafka a Joyce. Y cuando en pleno siglo XX Michel Foucault encuentra en Raymond Roussel las características de la novela moderna, éstas: "el espacio, el vacío, la muerte, la transgresión, la distancia, el delirio, el doble, la locura, el simulacro, la fractura del sujeto", uno se pregunta ¿qué? ¿No existe todo eso, y más, en la escritura de Cervantes?

Su modernidad no se limita a un singular universo literario. La más humana es un espejo en el que podemos aún mirarnos sin deformaciones en este siglo XXI. Dice Don Quijote: "Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala [disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar la maldita máquina] y corta y acaba en un instante los pensamientos y la vida de quien la merecía gozar luengos siglos".

Desde el lugar de presunto caballero andante quejoso de que las armas de fuego hayan sustituido a las espadas, y que una bala lejana torne inútil el combate cuerpo a cuerpo, Don Quijote destaca un hecho que ha modificado por completo la concepción de la muerte en Occidente: es la aparición de la muerte a distancia, cada vez más segura para el que mata, cada vez más terrible para el que muere. Pasaron al olvido las ceremonias públicas y organizadas que presidía el mismo agonizante en su lecho: la despedida de los familiares, los amigos, los vecinos, el dictado del testamento ante los deudos. La muerte hospitalizada llega hoy con un cortejo de silencios y mentiras. Y qué decir de los 200.000 civiles de Hiroshima que el coronel Paul Tobbets aniquiló desde la altura apretando un simple botón. Piloteaba un aparato que bautizó con el nombre de su madre, arrojó la bomba atómica y después durmió tranquilo todas las noches, dijo. Pocos conocen el nombre de las víctimas cuya vida el coronel había segado. La muerte se ha vuelto anónima y hay algo peor: hoy mismo centenares de miles de seres humanos son privados de la muerte propia. Así se da en Irak.

Creo, sin embargo, como el historiador y filósofo Juan Carlos Rodríguez, que el Quijote es una gran novela de amor. Del amor imposible. En el amor se da lo que no se tiene y se recibe lo que no se da y ahí está la presencia del ser amado nunca visto, el amor a un mundo más humano nunca visto y torpemente entrevisto, el amor a una mujer que no es y a una justicia para todos que no es. Son amores diferentes pero se juntan en un haz de fuego. ¿Y acaso no quisimos hacer quijotadas en alguna ocasión, ayudar a los flacos y menesterosos? ¿Luchando contra molinos de aspas de acero, que ya no de madera? ¿Despanzurrando odres de vino en vez de enfrentar a los dueños del dolor ajeno? ¿"En este valle de lágrimas, en este mal mundo que tenemos -dice Sancho-, donde apenas se halla cosa que esté sin mezcla de maldad, embuste y bellaquería"?

He celebrado hace dos años, con ocasión de la entrega del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, mi llegada a una España que no acepta las aventuras bélicas y que rompe clausuras sociales que hieren la intimidad de las personas. Hoy celebro nuevamente a una España empeñada en rescatar su memoria histórica, único camino para construir una conciencia cívica sólida que abra las puertas al futuro. Ya no vivimos en la Grecia del siglo V antes de Cristo en que los ciudadanos eran obligados a olvidar por decreto. Esa clase de olvido es imposible. Bien lo sabemos en nuestro Cono Sur.
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Para San Agustín, la memoria es un santuario vasto, sin límite, en el que se llama a los recuerdos que a uno se le antojan. Pero hay recuerdos que no necesitan ser llamados y siempre están ahí y muestran su rostro sin descanso. Es el rostro de los seres amados que las dictaduras militares desaparecieron. Pesan en el interior de cada familiar, de cada amigo, de cada compañero de trabajo, alimentan preguntas incesantes: ¿cómo murieron? ¿Quiénes lo mataron? ¿Por qué? ¿Dónde están sus restos para recuperarlos y darles un lugar de homenaje y de memoria? ¿Dónde está la verdad, su verdad? La nuestra es la verdad del sufrimiento. La de los asesinos, la cobardía del silencio. Así prolongan la impunidad de sus crímenes y la convierten en impunidad dos veces.

Enterrar a sus muertos es una ley no escrita, dice Antígona, una ley fija siempre, inmutable, que no es una ley de hoy sino una ley eterna que nadie sabe cuándo comenzó a regir. "¡Iba yo a pisotear esas leyes venerables, impuestas por los dioses, ante la antojadiza voluntad de un hombre, fuera el que fuera!", exclama. Así habla de y con los familiares de desaparecidos bajo las dictaduras militares que devastaron nuestros países. Y los hombres no han logrado aún lo que Medea pedía: curar el infortunio con el canto.

Hay quienes vilipendian este esfuerzo de memoria. Dicen que no hay que remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar hacia adelante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas. Están perfectamente equivocados. Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego. Su único tratamiento es la verdad. Y luego, la justicia. Sólo así es posible el olvido verdadero. La memoria es memoria si es presente y así como Don Quijote limpiaba sus armas, hay que limpiar el pasado para que entre en su pasado. Y sospecho que no pocos de quienes preconizan la destitución del pasado en general, en realidad quieren la destitución de su pasado en particular.

Pero volviendo a algunos párrafos atrás: hay tanto que decir de Cervantes, de este hombre tan fuera del uso de los otros. De sus neologismos, por ejemplo. Salvo él, nadie vio a una persona caminar asnalmente. O llevar en la cabeza un baciyelmo. O bachillear. Don Quijote aprueba la creación de palabras nuevas, porque "esto es enriquecer la lengua, sobre quien tienen poder el vulgo y el uso". Hace unos años ciertos poetas lanzaron una advertencia en tono casi legislativo: no hay que lastimar al lenguaje, como si éste fuera río coagulado, como si los pueblos no vinieran "lastimándolo" desde que empezaron a nombrar. Cuando Lope dice "siempre mañana y nunca mañanamos" agranda el lenguaje y muestra que el castellano vive, porque sólo no cambian las lenguas que están muertas. La lengua expande el lenguaje para hablar mejor consigo misma.

Esas invenciones laten en las entrañas de la lengua y traen balbuceos y brisas de la infancia como memoria de la palabra que de afuera vino, tocó al infante en su cuna y le abrió una herida que nunca ha de cerrar. Esas palabras nuevas, ¿no son acaso una victoria contra los límites del lenguaje? ¿Acaso el aire no nos sigue hablando? ¿Y el mar, la lluvia, no tienen muchas voces? ¿Cuántas palabras aún desconocidas guardan en sus silencios? Hay millones de espacios sin nombrar y la poesía trabaja y nombra lo que no tiene nombre todavía.

Esto exige que el poeta despeje en sí caminos que no recorrió antes, que desbroce las malezas de su subjetividad, que no escuche el estrépito de la palabra impuesta, que explore los mil rostros que la vivencia abre en la imaginación, que encuentre la expresión que les dé rostro en la escritura. El internarse en sí mismo del poeta es un atrevimiento que lo expone a la intemperie. Aunque bien decía Rilke: "[...] lo que finalmente nos resguarda/es nuestra desprotección". Ese atrevimiento conduce al poeta a un más adentro de sí que lo trasciende como ser. Es un trascender hacia sí mismo que se dirige a la verdad del corazón y a la verdad del mundo. Marina Tsvetaeva, la gran poeta rusa aniquilada por el estalinismo, recordó alguna vez que el poeta no vive para escribir. Escribe para vivir.
 
 
 
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luis sepúlveda : juan gelman o el arte de “valer la pena”


  sepulveda
   
Son muchas las cosas, los temas y los tangos que me unen a Juan Gelman, el poeta que más admiro, sigo y quiero. En cada correo electrónico que me envía siempre hay un apartado bajo el título “noticias del rioba” [ del barrio], un recordatorio de amigos, de lo que hacen o piensan hacer, y de la necesidad urgente de querernos y cuidarnos. Lo quiero y admiro por su bronca tenaz, constante, porfiada, contra todo lo que apeste a autoritarismo, a uniformes, a mediocridad mentirosa. Lo quiero, y lo admiro por su infinita ternura de hombre que perdió a lo más amado, a su hijo , a su nuera embarazada en los laberintos del horror dictatorial, y esa misma ternura le dio el vigor para seguir luchando hasta que recuperó a su nieta desaparecida, hasta que el amor fue nuevamente abrazo y esperanza. Hace un par de años nos encontramos en Italia, la ciudad de Piacenza le hacía un gran homenaje y nos citamos en un restaurante, solos, para hablar del “rioba” y de nosotros.

Ya había comenzado la persecución delirante contra los fumadores y como ambos lo somos, salimos a echarnos un pitillo en la calle. Hacía un frío que se metía en los huesos, pero la mirada de Gelman, que ya había recuperado a su nieta, calentaba, y hablando de nosotros le pregunté cómo estaba de salud. Gelman, le dio una calada al pitillo, expelió el humo, miró las volutas y dijo: “bien, querido, yo dejo que los años envejezcan conmigo.

En mi adolescencia leí “Violín y otras cuestiones” y ahí comenzó el cariño y la admiración por un poeta que se merecía el Cervantes, que merece el Nobel, que tiene méritos sobrados para todos los premios.

“Gotán” fue para mi generación [y somos pocos los sobrevivientes] el poemario del rigor, porque de Gelman aprendimos que no teníamos derecho a la ternura si no la defendíamos con fuerza, y lo hicimos porque Gelman estaba con nosotros. Una vez se lo dije en París, otro día de invierno y mientras caminábamos por el Jardín de Luxemburgo bajo la mirada atenta –clic clic- del fotógrafo Daniel Mordzinski. Los dos llevábamos sombreros para protegernos de la llovizna fría de Paris, de pronto una ráfaga de viento se llevó el de Gelman, quisimos correr al rescate, pero nos detuvo con unas palabras extrañas y certeras: “no, dejen que se vaya, que se largue. Que permanezca sobre mi cabeza es el mínimo gesto de lealtad que se le puede pedir a un sombrero”.

Celebro su Premio Cervantes, lo siento justo, necesario, porque alguna vez hay que premiar a un hombre que simboliza los mejores valores de la humanidad. Juan Gelman, ¡qué duda cabe! es el más importante poeta de la lengua española y al mismo tiempo un gran referente de la poesía universal.

Sé que pronto nos veremos, que nos saludaremos como siempre, “qué dice, don Juan”, “qué cuenta, don Lucho”, y enseguida nos abrazaremos como él nos enseñó: con la tierna fiereza y con la fiera ternura de los hombres del sur.


[luis sepúlveda, carne de blog]
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